EL CARTEL DE HOY

LA PAZ

La tiranía de una fuerza indeterminada y terrible, me arrastraba hacia la cumbre de la montaña siniestra. Un automatismo violento movía mis piernas como las bielas de una máquina, haciéndome seguir por desfiladeros vertiginosos con el ritmo audaz de los sonámbulos. El presentimiento de un suceso inaudito ocupaba mi razón, y únicamente el instinto cuidaba de mis pasos. De repente—al llegar a una gris encrucijada, oí un espantable, negro rugido, tan monstruoso, tan monstruoso, que no le igualara al aullar de todas las bestias del mundo. Y después, oí una ronca, amarillenta risa que atravesó los aires y la piedra, y hendió mi cerebro como un rayo o como una cuchillada.—Me detuvo el terror, y apenas alcancé a ocultarme en una oquedad de los peñascos. Entónces, aparecieron en el camino los monstruos de la Muerte y de la Guerra. ¡Hermanos! Os voy a contar las palabras que dijo la Muerte. Pude entenderlas porque los monstruos poseen el secreto de las voces universales, intelegibles e inintelegibles, y esa vez hablaba el lenguaje del hombre. Desde la altura en que nos encontrábamos se dominaba un panorama inmenso. En el valle se divisaban grandes ciudades envueltas en la bruma. La Muerte hizo un vasto ademán, y señalando aquellas ciudades, habló así: Vieja amiga Humanidad, sí, comprendo que estés algo fatigada; comprendo que necesites un ligero reposo. Pues bien, te lo concedo. Ya le he dicho a mi bestia favorita que cese de aullar. Le he dicho: “Guerra mía, aunque sé que aborreces la pereza, es necesaria una tregua. ¿No piensas, mi buena compañera, que este DESCANSO de los hombres es útil, es indispensable en nuestros planes? Porque su REPOSO, más aparente será que real. Durante la PAZ, ella se fortalecerá de nuevo. Mi hermano Amor le dará nuevos hijos, quizá más numerosos que los que devoramos en el reciente festín. Esperaremos que crezcan, que se hagan viriles y hermosos, que lleguen a la florida adolescencia, a la ardiente juventud, y entónces... Entónces tú ya sabes: será más suculento nuestro próximo festín. Pero entretanto, ¡cuida y afila tus dientes admirables y tus garras magníficas!” Así le he dicho ¡Oh vieja amiga Humanidad!, a mí bestia fiel. Ya se va a retozar por las selvas avernales, mientras Tú, vuelves a tu prodigioso destino de inútil paridora, de infatigable y estéril paridora… Mas, no creas que Yo, durante esta época permaneceré inactiva. ¡Qué diablos! Bien sabes que sería imposible. Para recorrer tus campos y ciudades, elegiré otra bestia, eso es todo. Montaré la 'Peste', por ejemplo. Quizá camine con más lentitud, pero posee igual firmeza para no tropezar jamás. Estas fueron las palabras de la Muerte. Después, vi llegar el nuevo monstruo: de pelambre amarilla, hirsuta, con inmensas fauces, era ciego y su caminar oblícuo. !Oh Hermanos! Descendí, tambaleando, la fúnebre montaña, quemadas mis pupilas por la visión, mis oídos traspasados por las palabras. Descendí a reunirme con vosotros, Hermanos!. Entré en la ciudad por el viejo arrabal. Pero un vasto campo crucificado, una sucesión infinita de blancas cruces simétricas, sobre las cuales ¡reían, flameaban, danzaban, policromas banderas! renovó, hizo más espantosa mí angustia. Huí mis ojos de aquel terriblemente LIMPIO cementerio de guerra. Seguí, caminando por vuestra ciudad, Hermanos, y ántes de caer de bruces en el arroyo, todavía debí mirar, allá en el Campo de Marte, el desfile de pendones y soldados victoriosos, cantando los cantos triunfales de la a guerra!

Aliro OYARZUN