EL PELIGRO CLERICAL

La visita del cardenal Benlloch ha revivido la vieja antimonia que encinde a la sociedad chilena. Ante el purpurado que ha hecho inclinarse reverente a nuestro pueblo fanatizado y embrutecido, y a nuestro primer mandatario el liberal Alessandri, volvemos a pensar en que hay en Chile dos grandes grupos sociales antagónicos que desde muchos años se hacen encarnizada guerra. De un lado la reacción clerical y del otro el pensamiento liberal albergado en medio de ideologías no siempre concordes y matizadas hasta el infinito.

La reacción clerical cuenta en nuestro país con terratenientes y caudillejos—caciques políticos rurales o ciudadanos—que le aseguran el dinero para sus campañas y el alto porcentaje de su representación parlamentaria. Los fraudes electorales y mil inmoralidades políticas cometidas con sigilo se deben a ella, amparada por el concurso seguro de eclesiásticos de todas las alcurnias. Ayer no más un obispo revelaba impúdicamente, la, para sus afines, necesidad de que el clero participe en la política torciendo las conciencias en un sentido determinado, con el objeto de asegurar el predominio infausto de la gente retardataria en las altas esferas directivas de nuestro ambiente.

Frente a este peligro tan evidente, tan lleno de claras sugerencias, se yerguen los ideales liberales. Y entendámonos de una vez: somos liberales todos cuantos aspiramos a que el hombre piense y sienta sin sujeción al dogma romano y a la mezquina filosofía sanchopancesca de los que predicando la vida eterna y ultraterrenal se aseguran el sustento en esta perecedera. Pueden dividirnos de los que se llaman liberales y pertenecen a partidos políticos sustanciales variaciones respecto de la organización social y de la base económica que ésta asume hoy entre nosotros. Pero ellos y nosotros consideraremos la religión—oficial y burocratizada—como un intento monstruoso de opresión del pensar y del sentir individuales. El catolicismo ha marchado, marcha y marchará siempre junto a quienes quieren ahogar el pensamiento sin trabas y a hacer morir en germen el idealismo en un futuro más justo. Esto todos lo sabemos; ¿pero qué hemos hecho para evitarlo? Benllock ha venido a robustecer, en las vísperas de una contienda electoral, el gregarismo mítico de la muchedumbre en la cual ha prendido siempre el encanto de una felicidad extrahumana y aplazada para después de la muerte en un hipotético mundo sobrenatural. Benlloch es un arma que se esgrime con grosero maquiavelismo; Benlloch es un símbolo de rutina, de odio al progreso, de inquina contra todo lo que significa libertad, ruptura de los ominosos servidumbres del pasado y del presente. Ante el cardenal se humillan el poderoso y el humilde, aquél sabiendo todo lo que su visita encierra y éste idílicamente arrastrado por el perfume del incienso ritual y la música blanda de las ceremonias litúrgicas.

El peligro clerical crece, se agiganta de día en día. Pero tranquilamente vivimos en medio del torbellino y no sentimos pavor al sabernos—¡felices los que no lo saben!— arrastrados por la corriente que querría hacernos remontar el curso de nuestra Historia y aun instaurar entre nosotros el imperio de la clerecía omnipotente. Benlloch ha robustecido desmayados ímpetus y rehecho en algunas almas la fe que la duda magullara. Benlloch es la sombra funesta de la Roma corrupta que a todos los continentes ha extendido sus garras demandando conciencias y… dinero, todo el dinero del mundo que se hace escaso para pagar funcionarios que comercian con la religión. ¡Unámonos para rechazar este peligro ensotanado que se solapa en lo espiritual y entrada el paso de las humildes creencias de los hijos de esta tierra señalada por la angustia de todas las injusticias! Aun no es tarde, pero el tiempo corre y acaso mañana ya no podamos en infundir el ansia de la libertad a quienes el clérigo y el fraile se la mataran en flor.

Mariano SANTELICES.