ACTUALIDAD INTERNACIONAL

LA AGONIA DE LA LIBERTAD

Correlativamente sufre el mundo entero una aguda decadencia del espíritu revolucionario y un creciente despego por sus antiguas preocupaciones liberales. La organización obrera adolece en todas las latitudes de desorientación, caos interno y debilitamiento de los objetivos más o menos próximos de sus anhelos de lucha. Un cambio, se organizan los patronos e imponen condiciones degradantes, aniquilando progresivamente al proletario indefenso. Corresponde a este fenómeno uno que ya ha sido, asimismo, enunciado. El mundo no se preocupa de la libertad, la deja agonizar y aun conspira sin saberlo a acelerar su muerte. Los despotismos reemplazan a las democracias más o menos liberales, y en lugar del imperio del individuo que se creyó cercano—naciendo en medio de la convulsa terminación de la guerra—, se avecina el omnipotente dominio de la tiranía social. La mayoría no se cura de sus fueros y deja a Mussolini, a Lenin, a Primo de Rivera, a Poincaré—que es un Mussolini oculto bajo un antifaz diplomático—extender sus sospechosas maquinaciones personalísimas. Asistimos a la agonía de la libertad y no tenemos fuerzas para detenerla en su irresistible curso hacia su culminación que es la muerte. La guerra de 1914 es la causa inmediata de estas desviaciones ideológicas extrañas y llenas de graves posibilidades, algunas ya realizadas. La masa obrera organizada se había mantenido durante años al calor entusiasta de las Internacionales soñando ingenuamente en que bastaría para detener cualquier intento bélico. Pero llegó el día, y la máquina no funcionó conforme se pudo imaginar en fácil ilusión. Los proletarios olvidaron su irreductible rebeldía de antes y se humillaron ante los mecanismos estatales nuevamente todopoderosos. Y la guerra prolongó durante cuatro años su trote cansino y siniestro de pesadilla. Aludiendo a esta defección inexplicable de sus ideales pacifistas en aras de un tantas veces repudiado nacionalismo, Romain Rolland ha llamado al Partido Socialista—englobando en él a todos los organismos proletarios—“el gran traidor a la causa de la Humanidad”. Tenga o no razón en sus palabras el gran autor de “Liluli”, libro desencantado y amargador, es lo cierto que socialistas y aun anarquistas de uno y otro bando en lucha o votaron los créditos de guerra o no supieron resistir al canto marcial de los clarines. En las trincheras, en la triste y lóbrega hermandad de la muerte, se confundieron los xenófobos y los internacionalistas, y de esta comunidad ha surgido una nueva y desconcertante modalidad para el espíritu humano.

Más tarde vino la experiencia rusa, llena de complejidades que algún día la historia revelará íntegramente, y prendió de momento inquietudes llenas de fe y de optimismo. Por un instante todos los hombres progresistas del mundo creyeron llegado el instante de la total renovación. Se pensó en el mesiánico “gran día” de los viejos utopistas y a su entusiasmo se encendieron de nuevo antiguos afanes de proselitismo claudicantes y debilitados por el soplo de la tragedia guerrera. Pero todos sabemos que esa albada ficticia ya pasó y con ella ha quedado enterrada quién sabe para cuánto el ansia de la libertad que antaño fuera el motor de los pensamientos liberadores y las inquietudes futuristas de los hombres. Tras ella han venido el desencanto y la incertidumbre, y el mundo se encuentra actualmente en la encrucijada, perplejo, absorto y como falto de la voluntad de avanzar. De uno a otro país la reacción va guadañando el pensamiento libre e instaurando en su lugar un agudo personalismo reaccionario y nacionalista. En Rusia la libertad no existe desde que en el hombre de un proletariado ajeno a tal movimiento, Lenin y Trotzki han condensado en sus manos todo el poder estatal. En Italia, más tarde y hace sólo un año, Mussolini ha proclamado el cansancio del mundo por la libertad y ha condensado en organismos reducidos en número las funciones antes encomendadas a los parlamentos charlatanes e ineficaces. España después ha sido la elegida por el sino adverso y en ella, gracias a la desorganización e inmortalidad de liberales y progresistas, domina hoy la incontrastada dictadura militar de Primo de Rivera. Francia, poco a poco, y sin resistencia de sus elementos avanzados, ha logrado colocarse en posición destacada en medio de los países dentro de cuyas fronteras no hay libertad individual. De Alemania puede decirse lo mismo; como una medida de salvación se ha concebido al Gabinete Stresemann poderes extraordinarios y de alcance dictatorial. Es demasiado triste el porvenir que espera al mundo entregado íntegramente al espíritu viejo, al enmohecido y rutinario espíritu que pretende perpetuar formas moribundas de la sociedad. ¿Cuándo podremos pensar en que despierta el hombre de su sueño de siglos y se da a vivir libremente, sin trabas, sin opresiones, sin injusticias? En la sociedad dominan hoy las brutalidades, las degradaciones nacidas del convencimiento que a nosotros nos es tan doloroso: la libertad agoniza y no hay fuerza que puede detenerla en su fuga postrera, tras de la cual sólo se puede soñar en el más ilusorio y lejano retorno.

ESPECTADOR.