CANCIÓN EN LA HORA DEL OLVIDO

Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una claridad imposible sobre la vida mía. Ya todo nos separa, ya nos aleja todo, y entre nosotros corre, como un río, la vida.

Pasas junto a mi lado como si no pasaras, y yo no me detengo para verte pasar. El eco de mi voz ya no te dice nada, y tu luz infinita no me ilumina ya.

Y, sin embargo, somos los mismos que una tarde se juntaron en ésa tu mirada profunda. Somos los que una noche callada, aprisionaron toda la paz de Dios entre sus manos juntas.

Somos los que se amaron y los que se olvidaron, los que perdieron ya su infinita alegría. Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado, no fué tuya la culpa, ni fué la culpa mía.

Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros tienen el vino triste, yo tengo el amor triste. Y tú, qué culpa tienes, si con tu alma traviesa no puedes comprender lo que no comprendiste.

Lo que no comprendiste: mi amor—llama y fulgores— ardiendo tras mis frías palabras cotidianas; mi amor, luna risueña sobre mis torvas noches, y rubio sol ardiente que alegró mis mañanas.

Y ya mi amor no es nada sino el recuerdo de algo, claridad imposible sobre mi vida oscura. Yo recojo, en silencio, las perdidas palabras. Tú seguirás viviendo sin recordar ninguna.

Pero en mí quedara lo que fué en tí divino. Todo yo fuí un camino que tú hollaste al acaso. Todo yo fuí un camino, y sobre ese camino no ha de borrarse nunca la huella de tus pesos…

ROMEO MURGA.

Setiembre de 1923.