NOTAS DE ARTE

A PROPOSITO DE GAWELL Y HONIGHERGER

En mi artículo del Sábado,15 del presente cometí la ligereza de indignarme. Hoy día voy a cambiar de tono. Agregaré, a modo de explicación, que tengo la debilidad de ponerme a nivel de las excitaciones exteriores. Aunque mi exterioridad aparente otra cosa, aún no he alcanzado el sublime estado de imperturbable serenidad a que tanto ansían llegar los hombres de buen criterio. Detesto los espíritus trascendentales que ante los hechos más graves de su vida no alivianan el tono: detesto también a los que viven en eterno éxtasis y abandono, que sólo existen para las cosas azules y se hacen como en broma el nudo de la corbata. El Sábado antepasado, debido a los 50 pesos diarios y a la tuición crítica de un martillero público (1), cerró sus puertas la exposición de Arte Moderno, traída a nosotros por Tótila Albert. Exhibieron junto a Tótila, de cuya obra admirable quisiera poder decir algo, cuatro compañeros de armas: Valdés Alfonso, Voelkel, Gawell y Honigberger, acuarelistas los dos últimos. La acuarela, debido a la resolución y espontaneidad que exige, debía ser más buscada como medió de expresión par los artistas de hoy día. Hasta hace poco, las peras y las manzanas, desde el momento de desprender del árbol, perdían todo derecho a emocionar a un pintor; hoy día, con una visión más humilde de las cosas, son muchos los que comen y pintan peras y manzanas. Cuestión de moda. Mañana habrá muchos arrepentidos de haber pasado frente a las acuarelas de Gawell y Honigberger con un gesto de displicencia por considerar aquello como un género inferior. Fueron estos dos acuarelistas los hombres más discutidos del grupo. Algunos los acogieron con toda simpatía. Otros, menos apresurados, los aceptaron con reticencias, coma novedad aliviadora en medio del cansancio que ya nos producen las sendas recorridas. Más de un respetable caballero expresó que aquellas pinturas eran semejantes a las que hacía el menor de sus chicos. Nunca protesté cuando oí estas palabras. Estoy convencido que el niño es el más sincero y expresivo de los artistas; pinta o dibuja lo que ve; se maravilla con un cielo azul y lo pintará de añil teñido porque de lo contrario no le parecerá suficientemente cielo. Recuerda que el pasto es verde y tratará de hacerlo lo más verde posible; imaginará que en el pasto no hay vacas y terneros y aquí se olvidará talvez de color u otros detalles, pero por nada en el mundo dejará de pintarles sus cuernos. A él no le importa tocar las cuerdas sensibles de su nodriza: él no sabe de esas cosas y todo su orgullo de artista está esperanzado en que su hermanita mayor reconozca aquí el potro, allí el árbol, allá la vaca que hace poco vieron en el campo. De aquí que cada vez que miramos un dibujo de niño nos complacemos ante la simplicidad o ingenuidad de sus concepciones. Gawell, y sobre tondo Honigberger, tienen en muchos de sus paisajes, esa simplicidad e ingenuidad de niños. Pero ya no hay ante el paisaje una cabezuela loca que balbucea sus nacientes anhelos de belleza. Quien haya mirado atentamente “Laguna” (56) de Gawell habrá observado que hay algo más que eso: hay una sensibilidad rica y depurada, una conciencia estética que analiza y construye. Sin embargo, no soy de los que creen que Gawell y Honigberger hayan descubierto la verdad. A veces Gawell me parece incomprensible y Honigberger un tanto vulgar. (Recordad que estamos en el mundo de las apariencias.) De todos modos es simpático y edificante ver entre nosotros dos pintores que en su afán de no caer en un adocenamiento, nunca han pisado una academia y que ante el paisaje se olvidan de todo lo establecido y no hacen nada más que pintar según se credo personal. ¡Cuánto se enaltecerían muchos de nuestros pintores si fueran niños, si se olvidaran de las almas que sólo se emocionan con los crepúsculos rojos y se acordaran por un momento de los que, menos sedientos de tales exquisiteces, gustamos del paisaje, aunque sea una mancha negra.

Pinocho.

(1) Es tiempo que nuestros artistas se proporcionen un salón de exposiciones donde no sean victimas de la explotación de los comerciantes y donde puedan exponer libremente sus obras.