Mussolini y el asesinato de Matteoti

Mussolini tiene talento, no cabe la menor duda. Pero tal talento es mucho menor de lo que a primera vista parece. Su esencia es el oportunismo y la teatralidad. En Mussolini, como en D'Annunzio, (de quien aquél no tiene la facultad creadora) prima el histrión. Es en esto, un perfecto meridional. Encaramado al poder por obra de la fuerza, toda su acción como gobernante ha sido impositiva y tiránica. A veces ha cubierto sus actos con una risible apariencia de legalidad; otras ha usado la presión y la violencia descaradas. A la acción troglodítica de los primeros días del fascismo, un hombre de inteligencia efectiva habría hecho suceder una era de organización intensa, basada en la solución de los conflictos y en la satisfacción de las necesidades reales del desesperado momento presente. Mussolini no fue capaz de hundirse hasta el profundo y complejo espíritu del problema. Hombre mediterráneo, hombre de superficies, sólo pudo manejar las exterioridades y permaneció actor. Incapaz de crear, incapaz de resolver, tiranizó. Su obra extercionadora realizada sobre un llamativo proscenio y aplaudida por la miopía de todos los burgueses de la tierra, no podía quedar circunscrita a él, sobre todo si se considera que la violencia está latente en la especie y sólo requiere leves estímulos para desarrollarse. El jefe del fascismo tiene a gala decir: –Yo no necesito la adhesión de los obreros porque poseo la fuerza. ¿Qué de raro, entonces, que los demás fascistas se sientan autorizados a hacer como él; a usar y abusar de la fuerza? Esto ha producido como resultado no sólo el anulamiento de toda manifestación de la voluntad popular, sino el establecimiento del crimen como el más efectivo y sólido argumento. El asesinato del señor Matteoti no es más que un episodio en la realidad de la vida política de la Italia de hoy; un detalle del plan general orientado hacia la evolución de la libertad, hacia la extirpación por cualquier medio, de todos aquellos que no reniegan de su personalidad humana, de su derecho a pensar y a expresar su pensamiento. Es, pues, inútil castigar a los asesinos del señor Matteoti. Ellos no son sino instrumentos inconscientes, contagiados y alentados con el ejemplo y la impunidad superiores. La tiranía perfecta reinante en Italia, impidiendo toda manifestación del pensamiento, puede hacer creer a los cortos de reflexión que el país de Malatesta ha hallado su camino de Damasco. “La paz interior” y “el crédito exterior” son frases que se repiten todos los días. Pero, ¿es que no gozaba del prestigio que dan estas altisonantes palabras el México de Porfirio Díaz y la putrefacta Rusia de los Zares? ¿Es que no usufructúa de lo que tales términos significan más de una mal oliente republiquita latinoamericana? Y sin embargo, o mejor dicho, por eso México aún no concluye de sangrarse, y Rusia hubo de pasar por el más trágico de los martirios. No puede hablarse con honradez de paz interior, cuando se última, por miedo a la verdad, a los hombres indomesticables. El asesinato del señor Matteoti que, lo repetimos sólo es una muestra del espíritu y del régimen fascista, tal vez logre abrir los ojos a las gentes neutrales. Quizá también haga tambalearse en su trono a Mussolini. No creemos, sin embargo, que influya decisivamente en la marcha de las instituciones itálicas. Los pueblos son lentos para reaccionar; y en el caso presente, el pueblo de Italia está totalmente desarmado frente a un hombre casi omnipotente. Esto no implica que el hundimiento de Mussolini sea un sueño. El sobrevendrá inexorablemente. Las colectividades humanas, precisan para vivir respirar anchamente el aire de la libertad. Esta necesidad vital es la que, a través de los siglos ha determinado el crepúsculo de todos los tiranos. Ella determinará también, más tarde o más temprano, el derrumbe de Mussolini.

CLAUDIO ROLLAND.