HOMENAJE AL PRINCIPE HUMBERTO

 PRINCIPE DE SABOYA

Infeliz, anodino, superficial como un gato de solterona es este bello adolescente, de mirada vacía y sonrisa estereotipada. Sonríe, sonriendo siempre, por lo bueno y lo malo, por lo feo y lo bello: no se sabe ni se sabrá nunca si es un genio o un necio. Duerme guardado por veinte pesquisas; habla lo que le dicta su desgraciado cancerbero –el Almirante Bonaldi– come guisos analizados químicamente y bebe agua embotellada y lacrada. ¡Principito infeliz que no puedes estornudar en público sin la venia de tu jefe, que no puedes retozar en el campo sin romper el protocolo, que no puedes estrechar a una moza garrida sin que la registren tus ministros por si lleva bombas o bubones bajo la camisa! ¡¡Santo Dios, ser príncipe resulta peor negocio que ser gato de solterona!! En fin, éste ensucia –de cuando en cuando– al alfombra del salón; se pasa la lengua a su gusto por debajo de la cola, cuando su ama cabecea; se lanza de aventuras por los techos, en Agosto; y da su rasguñito felino, cuando le colman los mimos y las cintas... Pero tú, real príncipe, nada puedes hacer, ni disfrutar la fecunda soledad, aun cuando duermes, pues si te dejan tus amigos, te hostigan tus instructores, te provocan las mujeres, te asedian los aduladores, te revientan los periodistas. Pero, ¡por San Genaro! si aún cuando vas a vaciar la tripa gorda, salta del estanque del escusado un fotógrafo con una Kodak y de atrás de un biombo un lacayo que te alcanza una esponja o un papel toilette y al siguiente día aparece en los periódicos la gran noticia; “Anoche el príncipe tuvo el vientre corriente”, ilustrada con una fotografía que reza: “S. A. en la letrina”. ¡Principito de sangre azul y ojos vacíos, así pasarás la juventud embutido en tu rigidez de cartón, viendo el mundo y sus bellezas a través de una muralla de bayonetas y cascos prusianos o plumas de bersaglieri como se ve una fría, incolora, insustancial faja cinematográfica; humeando las hembras que se te abren en cruz mientras se revuelcan con otros; oliendo la sana yerba que otros huellan, ahogando tus alaridos de saludo a la vida que otros estrujan como un racimo entre sus labios...! Y tú sonriendo siempre como un infeliz actor en perpetua representación, aunque tu corazón brinque ante el temor que te inspira el estallido de las bombas anárquicas que cual pupilas luminosas y justicieras te libertarían de esa vida de mono de circo!

¡Principito de sangre azul y ojos vacíos, eres más digno de lástima que un gato de solterona...!

JUAN GUERRA.

 

HUMBERTO DE SABOYA, POR GEO

 ¡MUERA SABOYA!

Como raza, la nuestra, de indios llorones y criollos atrabiliarios, sin duda le debe a Italia el mejor injerto. Las otras gentes del mundo habrán traído hasta aquí formulaciones externas, culteranismos, hierros y oros. Italia trajo sus jugos. Mezcló su sangre a la nuestra, su sudor a la tierra, su canto férvido a nuestra nostalgia estéril. Y ha permanecido así, trenzada a nuestro destino como un pie de vid a un tronco de calden; como una fiesta de pámpanos y racimos en una selva achaparrada y nudosa. No ha venido a conquistarnos, sino a labrar. Su mundo, su sociedad, sus amores, el italiano los lleva dentro de su alforja, mesturado con sus picos y sus azadas. Por eso, donde él se planta, planta un pedazo de Italia potente, verde, sonora. Antes que el riel en la pampa, él trazó el surco; primero que las industrias devastadoras de bosques, saqueadoras de la entraña de la tierra, él hizo chacras. Enterneció el desierto con sementeras, crió el paisaje, el panorama que nos entró por los ojos y los poros disolviendo poco a poco nuestra hurañez de gauchos desencantados. El arenal y la selva, los peñascos y el valle, le reconocen y le aman. El es su buey y su pájaro, su arado y su canto. El trabajo en la tierra y el vaso de vino en la mesa. Desperdiciador de amores, lo mismo que de energías laboriosas, amó nuestras tristes chinas en otro tono que el criollo, prepotente y fatalista. Tornó la tragedia en fiesta. En vez de raptos, organizó cortejos; en lugar de puñaladas, ondeó pañuelos. Y bueno. De gente así, no conocíamos más príncipes que aquel de la camiseta roja –poeta y guerrero– Garibaldi; y el otro del rostro pálido –caballero del ideal– Gori; y el otro más de la testa blanca y las manos carbonizadas de incendios –Malatesta. Qué otros que ellos pueden serlo de estos bravos italianos, fuertes y líricos, que labraron el desierto y nuestras almas, limpiaron nuestras calles y lanzaron aves bajo nuestros cielos?... Esos y esos! Qué es, entonces, éste que se anuncia ahora, al llegar a la Argentina, escoltado por naves de guerra, portador de un saludo fascista, esperado del gobierno y los burgueses?... Es un bastardo de Italia, un hijo de aquella Roma clásica del derecho bárbaro, del Vaticano y del circo. Un lobo dentro de una camiseta negra!

¡Abajo el usurpador! ¡Atrás el príncipe Humberto! ¡Muera Saboya!

R. GONZALEZ PACHECO.