LA HORA DE LOS LACAYOS

Yo creía que sólo en las novelas tenían existencia ciertos tipos degenerados de la fauna humana. Es que yo no había vivido las horas únicas en que tales seres abandonan el cubil; el frío, viscoso y negro cubil de sí mismos. Ahora las he vivido. Ahora sé que la realidad es la más terrible plasmadora de monstruos. Ahora se que ninguna alucinada imaginación de novelista podría asemejarse a ella en la teratológica labor de forjar Cuasimodos morales. La abyección parece hallarse entre los componentes esenciales del hombre. La vida en comunidad crea obstáculos diarios a su exteriorización. Pero ella existe. Y espera. Hasta que un día llega su vez. Las normas habituales de vida se rompen. Las barreras caen. Y, a favor de la desorientación y del anulamiento de la conciencia colectiva, la deformación sale a pasearse bajo el sol. Las largas jornadas que vivió al acecho, arrebujada en la sombra, la amaestraron en la macuquería. Por eso no sale desnuda. Por eso no da el rostro a la luz. Llega maquillada, con afeites de “decencia”. Cubre su estructura repugnante con hábiles disfraces de “moralidad” y de “bien público”. Tal ha acontecido ahora. La revolución sin sangre que, en pocos días enterró la Constitución y los Poderes Públicos, ha dado ocasión para que salgan a flotar sobre el caos de los actos y de los pensamientos y de las voluntades ofuscadas o rotas, todas las bajezas, todos los rencores, todos los servilismos. Es la hora de los miserables. Pero debe ser también la hora en que las pocas conciencias que no han perdido el control de sus facultades, inicien una clara acción de desenmascaramiento. Es necesario identificar a los buitres. Sólo el mal puede esperarse de ellos, porque sólo el mal realizaron durante su vida. Cuando callaron, su silencio fue cobardía y complicidad. Cuando hablaron., su palabra fue adulación, veneno y servilismo. Hoy, que un trágico interrogante llena con su espanto todas las perspectivas, ellos hablan. Y dicen que van a colaborar a la salvación de la República. Desconfiemos! Desconfiemos! Mientras la plutocracia, desde los Bancos, desde la Bolsa, desde los latifundios, comienza a hacer derivar hacia sus intereses, el pronunciamiento del Ejército, los novísimos y cívicos “salvadores de la patria” organizan la “fiesta del aplauso” y estrangulan la voz del pensamiento libre y exhuman apolilladas metáforas, para cantar el ditirambo de un movimiento que nadie puede prever si será de bien o será de mal. ¡Salvadores de la Patria! Como si alguna vez hubieran salvado algo los aplausos de los esclavos y las sonrisas de los lacayos!

FERNANDO G. OLDINI