GLOSAS DE UN AÑO TRISTE

LA NECESIDAD DE ADMONICIONES

Vivimos chapoteando en la vergüenza. Cada día asoman nuevas mezquindades, inéditas sordideces morales, ignoradas manifestaciones de ignominia y de estupidez. Estamos en uno de esos períodos en que todo– hombres, instituciones, esperanzas– parecen naufragar en el caos desalentador de la decadencia. ¿Quién podría juzgar con serenidad a los hombres que en cada instante lucen a pleno sol, con inusitada impudicia, su aparatoso y ambicioso servilismo o su impotencia deleznable? ¿Quién podría fijar con la fría imparcialidad del analista el sentido y el destino de las corrientes políticas que sacuden el ambiente? Todos somos actores de una comedia que debe terminar, para salvación de todos, en tragedia; todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad y es por eso que nuestro juicio debe tener la alta sinceridad de la pasión y el brío militante del ataque y de la protesta. Solo a gritos es posible hacerse oír de los sordos voraces que pululan en torno a los intereses del momento; sólo a empellones la verdad puede abrirse paso a través del cúmulo de mentiras que ocupan todos los sectores de la vida chilena. Hay que decir la frase ruda, como un latigazo; aplicar el epíteto violento, como un cauterio; sacudir, sí aún se puede, el oscuro marasmo de la multitud, execrando a los culpables, denunciando a los cobardes y exaltando con firmeza y claridad el deber de la hora incierta que vivimos. El año de 1924 señala la más honda y triste crisis de nuestra sociabilidad y nuestra política. Valores tradicionales se han venido al suelo, ilusiones colectivas han agonizado y muerto irremediablemente; conceptos centenarios sobre los que descansaba aparentemente la tranquilidad del país y el desenvolvimiento regular de su evolución histórica han desaparecido, en medio del aplauso esperanzado de los que parecían adolarlos y del silencio cómplice de los que estaban en la obligación de defenderlos. Vivíamos sobre un andamiaje de engaños y de añejeces solemnes, incapaces para la acción clara y constructiva, fatalistas desengañados de todo; y he aquí que un golpe de fuerza, la audacia fácil e insolente de los militares, ha puesto en evidencia la profunda enfermedad moral de la república, los vicios que corroen el alma colectiva y la frágil vanidad de sus valores representativos. Es por eso que cualquier examen que se haga de la actual situación de Chille con dignidad y justeza de juicio, tiene que llegar a resultados amargos, a términos de adminición implacable, porque nunca como ahora, se había puesto tan de manifiesto la miseria hipócrita de los individuos, la desorientación de los ideales, la debilidad claudicante de las voluntades. Hay que ser leales y fijar las actividades afrentosas para que mañana, en las ferias de la plaza, no se mientan valentías gallardas que cuando era necesario no se tuvieron. Hay que marcar, para que todos los puedan reconocer, a los faranduleros de esta farsa sin brillo, ya que no es posible terminar con ellos. Sépase, más tarde, al amenguarse esta marea de inquietud y desaliento quienes prefirieron vivir una hora gris cuando debieron vivir una hora roja.

LOS HEROES DE SEPTIEMBRE

Hasta los poetas y los guardianes saben ya cuales fueron las causas inmediatas del cuartelazo del 5 de Septiembre: por una parte una conspiración fraguada entre los altos jefes del Ejército y la Marina por la Unión Nacional; por otra, el espontáneo descontento que estalló entre la oficialidad menuda por asuntos meramente estomacales. Hubo una convergencia de situaciones que fue habilidosamente aprovechada por los altos jefes en servicio de sus planes reaccionarios. Eso es lo cierto. Desde un comienzo, es claro, se pretendió mistificar diciendo que se trataba de un movimiento de depuración nacional– ¿ qué podrán depurar los impuros?–: que las instituciones armadas obraban al margen de las entidades políticas; que se convocaría en breve plazo, a una Constituyente amplia y tantas otras cantinelas jesuíticas. Naturalmente nada de eso sucedió, y según dicen, algunos optimistas, malgré tout, debido a que la Junta de Gobierno de esencia y composición reaccionaria, supeditó al Comité Militar de esencia y composición democrática. Da risa. Sí la oficialidad menuda hubiera en verdad querido hacer algo para disculpar su piratería política, pudo hacerlo porque contaba con la fuerza efectiva. Lo que hizo fue destruir la Constitución, deportar diplomáticamente a su Jefe Supremo el Excmo. señor Alessandri, romper, como los niños caprichosos, todo lo que hallaba a mano, para terminar refugiándose en el regazo matronil de la Unión Nacional. Podemos equivocarnos, pero lo que dicen los hechos, es esto y no otra cosa. Y he aquí a la ex-República de Chile, transformada en cuartel. Los poderes públicos pisoteados por relucientes oficiales, héroes de flirt y de oficina; las garantías individuales convertidas en un agradable recuerdo; las libertades concedidas por aquella providente abuela llamada Constitución, valorizadas sólo como objetos de arqueología política; y, para mal de males, a la oligarquía conservadora, a la banca y a la clerigalla dictando inefables decretos leyes y preparando por intermedio de sus más seguros personeros– profesores cínicos como Amunátegui, Roldán y Dávila y gestores desvergonzados como Aldunate Solar– las próximas elecciones que han de consolidar in eternum sus privilegios y granjerías. ¿Cómo pudo haber cándidos de tanta candidez que pensaran, siquiera un solo instante, en que los militares iban a mejorar en algo la corrupción gubernamental y la angustiosa situación del pueblo? ¿Cómo es posible, Señor, que haya gente así, tan desamparada de inteligencia, tan ciega para lo que es la realidad social y la histórica, tan, tan... cándida, Señor? ¿No se sabe, acaso, cual es el papel del Ejército en la sociedad, cuál es su misión, qué elementos lo componen, qué espíritu informa cada una de sus actuaciones? ¿Por qué milagro se iba a convertir violentamente el orden del mundo para que la lucidez de criterio pasase a ser patrimonio de los beocios y la virtud pública propiedad de los caribes? Sin embargo, no todo ha de suceder para mal; el cuartelazo de Septiembre ha producido también frutos agradables para el paladar revolucionario: Ha relajado la famosa disciplina militar e introducido el espíritu de iniciativa en los que estaban acostumbrados únicamente a obedecer; ha destruido el orgullo necio que los mentecatos de esta tierra,– es decir, el 90 por ciento de la población adulta– cifraba en el Ejército y la Marina, y la confianza que en estas instituciones cavernarias se tenía hasta hace poco; y, por último, ha producido un descontento general, una tensión del ánimo, una necesidad de actuar que pueden aprovecharse, si no para establecer la arcadia de la utopía por lo menos para iniciar la trayectoria de la revolución.

CONTRA LOS POLITICOS

Con un poco de energía el cuartelazo del 5 de Septiembre habría abortado y estaría catalogado como un feto vulgar y mal oliente de esos que llenan la estantería del museo político de Hispano-América. Faltaron hombres de verdad al frente de la República. Alessandri nunca supo ser verdaderamente fuerte; ni cuando todo el pueblo erigiéndolo en su caudillo le pedía la destrucción de la oligarquía colonial, ni cuando el Ejército fue a ponerle condiciones y a exigirle leyes. En 1920 pudo establecer la democracia y no se atrevió; en 1924 pudo salvar la República y tampoco se atrevió. En presencia de los militares quiso engañarse, hizo caso a los políticos timoratos que lo rodeaban, y terminó por abandonar el poder para irse a lloriquear, primero a la Embajada yanqui, y después, a la Argentina y Europa, “entregado a la piedad internacional” como él dice en su estilo pintoresco y emotivo. Esto es de lamentar porque el actual Presidente Constitucional de Chile, es la única figura digna y de algún relieve que presenta el paupérrimo panorama de nuestra política. Tiene talento, es capaz de esas gallardías románticas que impresionan al tumulto habla en un lenguaje lleno de grandilocuencias proféticas; pero carece de voluntad y de amplitud ideológica. Eso lo ha perdido. Subió a la presidencia lleno de compromisos, y tal vez impulsado por un concepto absurdo de la lealtad y la amistad, se entregó a los dirigentes de los partidos vencedores y a las camarillas que siempre pululan hambrientas de fácil botín, en torno al César. No se atrevió a aventar lejos a los apaniguados, y ahora, debe comprender las duras proyecciones de su bondad tolerante. Y no sólo tendrá que condolerse por la república que no supo redimir, sino también por lo que atañe a él mismo. Nunca se ha dado mayor alarde de ignominiosa ingratitud que la que rodeó en la incertidumbre del peligro al Presidente Alessandri. Vio a los mismos que él levantara, muchas veces hasta del estiércol, marcar el paso tras el penacho de los generalotes insurrectos, oyó de labios de sus propios conmilitones y de los oficiales que le habían jurado respeto, las palabras falaces de la traición; sintió derrumbarse en su alrededor la ilusoria defensa de los agradecimientos a que se imaginaba acreedor y de las amistades de que se consideraba depositario. ¡Ah, los políticos de la Alianza Liberal! Mientras la Unión, aplaudía desaforadamente a las instituciones armadas, las incitaba y las inspiraba, ellos temerosos de perder situaciones vergonzosamente ganadas, lamían las botas de los nuevos amos, vendían a su jefe con la paciente sonrisa de los lacayos, y esperaban confiados en que la humildad de su actitud les permitiría conservar sus sillones en el Parlamento! Sólo una voz recibió en el Congreso, con altiveces de protesta, la llegada de los militares sediciosos, sólo una voz que fue la de Pedro León Ugalde! ¿Y los demás? Los demás aprobaban sumisamente, y con igual desvergüenza continuaron aprobando los actos de la dictadura, una vez que esta, manifestándose de frente, disolvió el Parlamento, exigió la salida del Presidente Alessandri, y comenzó a desarrollar su inepcia reaccionaria por medio de incalificables decretos leyes, y medidas coercitivas. Hay que estar en guardia porque esos mismos fantoches de gelatinosa espina dorsal empiezan a moverse ante la proximidad de una elección a la que ningún partido ni hombre digno debiera concurrir. Surgen ya los mismos nombres antiguos; se verifican concia bulos de dirigentes; se hacen cálculos; se mueven influencias. Los partidos de la ex-Alianza Liberal, contra los cuales fue dirigido el pronunciamiento de Septiembre se aprestan para concurrir a las urnas, bajo la tutela de una ley electoral fraguada por la Dictadura. Sépalo, pues, el pobre, el ingenuo, el bendito pueblo de Chile: los partidos que se dicen defensores de la libertad y de la democracia van a concurrir a las elecciones preparadas por la tiranía para que les den de limosna algunos diputados y senadores. El otro camino eficaz y varonil para echar abajo a la Dictadura no les conviene– porque entonces entraría de lleno el pueblo... y es posible que el pueblo, como decía alarmado un leader radical, no les obedeciera y obrara por su cuenta...

CONTRA LOS INTELECTUALES Y OTROS

... Y junto a los políticos ¡qué admirable exhibición de pequeñas avideces, de mediocridad y de oportunismos! Un grupo de civiles que nunca había podido trepar se constituye en “Liga de Acción Cívica” para aplaudir rastreramente a los detentadores del éxito. Los grandes diarios de Chile ponían sus columnas a disposición de los panegiristas de la asonada; adulaban cada una de las zafias determinaciones del gobierno de facto; y con el mismo empeño con que elogiaban antes los actos de la administración Alessandri, criticaban aquello que muchas veces habían propiciado. No hubo en esto excepciones salvadoras. Como procedió “El Mercurio”, arca santa del oficialismo nacional, procedió “La Nación” el órgano fluctuante de Dn. Eliodoro Yáñez, Sísifo de la Presidencia de Chile. Y los demás, en columna cerrada, rindieron también las banderas que algunas veces hacían flamear para emborrachar la indecisa y pacata opinión pública. Para no desentonar en el coro grotesco “los intelectuales” lanzaron un manifiesto que hará época en la historia espiritual del país por la mezquindad de su contenido, lo anodino de sus exposiciones, y la falta de conciencia cívica, que desde el comienzo hasta el fin, demostraba. A un inquilino del Sur, a un abogado, a un clérigo, a un moralista, a un sujeto, en fin, de mentalidad rudimentaria se le puede tolerar que no comprenda y que opine en forma pueril cuando se trata de asuntos graves; pero, a los que se dicen depositarios “de las fuerzas irreductibles del espíritu”, es justo exigirles lucidez de raciocinio, conocimiento de los fenómenos sociales, y sobre todo, mayor entereza y dignidad que a cualquier doméstico. Ejercen, sin saberlo acaso, un altísimo magisterio; sus opiniones tienen resonancias lejanas; forman con su actitud el criterio de mucha gente vacilante. Y así hemos visto cómo los conceptos laudatorios estampados en ese documento de la ingenuidad chilena, han servido a comentadores reaccionarios en otros países del continente. Nuestros “intelectuales” siempre habían vivido en las alturas seráficas de la contemplación, engarzando exquisiteces rítmicas y orfebrerías bizantinas. El polvo de los combates democráticos no había irritado jamás sus ojos habituados a la pureza de las líneas eternas. Al verlos descender al valle humilde de la vida cotidiana, esperábamos de ellos el verbo más puro y más rotundo y más idealista. Nunca creímos que Alsino, por ejemplo, supiese, tan a maravillas, la gramática parda del oportunismo. Lamentaremos esa sabiduría inédita, como lamentamos los empeños oficiosos ante la prensa argentina del autor de “Un perdido”. Probablemente, ellos estén, ahora, arrepentidos de aquel opaco y confitado manifiesto. Quisieron ensayar una postura nueva y lo hicieron tan mal que se pusieron académicamente en ridículo. Por lo demás, su actitud ante el movimiento militar chileno, no hace sino confirmar la acusación que les lanzamos desde estas mismas columnas con motivo de la protesta por el destierro de Unamuno. Entonces protestaron porque la Dictadura estaba bien lejos y no arriesgaban nada; ahora, como en 1920, la violencia todopoderosa estaba en casa y había, por lo tanto, que aplaudirla... (1) Después de todo, no sólo aquí suceden estas cosas tristes que nos hacen pensar en la increíble decadencia de la virilidad. En los círculos más o menos libres y cultos de la opinión americana se comenta entre gestos de desprecio y palabras de misericordia las actuaciones de Chocano y Lugones. Ambos se han dedicado a loar a la reacción y a los tiranos. El cantor de “Alma América” es una especie de cóndor, acicalado y adiestrado para el enaltecimiento del Sr. Leguía presidente de la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y dueño del feudo del Perú; el boticario parisino de “Lunario Sentimental”, hace, por su parte, acatarradas frasecitas para anunciar que “ha llegado, otra vez, la hora de la Espada”. Lo más grave es que estos adocenados caballeros de la métrica se creen poetas cumbres y hombres representativos de América. La obra de ambos es hueca, altisonante, y carece de ese trágico sentido de humanidad que hace perdurar en el tiempo las creaciones del arte. Y si por la obra no serán, como decía R. Rolland, “contemporáneos del porvenir”, por su vida, están ya enterrados en la consideración de la América juvenil. Y con ellos, para nosotros, los “intelectuales” del manifiesto de Septiembre. Hay que lamentar, sí, que el entredicho internacional no les permitiera asistir al Centenario de Ayacucho y brindar en compañía de Chocano y de Lugones, por el feliz gobierno de Leguía, de Saavedra, de Gómez, de Altamirano y de todos los sepultureros de la libertad ganada a golpes de audacia y de energía por una generación heroica que, al parecer, se llevó sus virtudes a la tumba.

LADISLAO ERRAZURIZ.

El pronunciamiento de Septiembre ha culminado con la proclamación de Ladislao Errázuriz como candidato de los partidos unionistas a la presidencia de Chile. El proceso reaccionario y anti-popular que comenzaron los militares destruyendo las escasas garantías democráticas ofrecidas por el régimen constitucional y civil ha tenido en esta determinación su término lógico y la desnuda exteriorización de sus peligrosas finalidades políticas. Ladislao Errázuriz representa en el medio ambiente chileno el arquetipo de la oligarquía colonial, apegada a tradiciones putrefactas, incapaz de seguir el ritmo actual de la evolución humana y llena de infatuado rencor hacia todo lo que signifique progreso, elevación de la conciencia pública, avance de la justicia igualitaria. Representa un postrer intento de regresión al pasado más lejano de nuestra vida nacional y un supremo impulso para ahogar el avasallante desarrollo de los nuevos ideales colectivos. La oligarquía chilena ha sabido escoger el momento y el hombre. El desconcierto de los espíritus y la apatía de las voluntades aparecen propicias para afirmar, usando de la violencia arbitraria y de la audacia política, los privilegios que empezaron a desmoronarse en 1920 cuando, por primera vez en nuestra historia, entró a la Moneda un Presidente ungido no por la intervención gubernativa, ni por el dinero, ni por el fraude, si no por la fuerza y la fe de todo un pueblo. Dispone Ladislao Errázuriz de esa altanera insolencia que caracteriza a los déspotas y de ese torvo fanatismo de casta que lleva al desprecio y a la negación de los valores populares. Encarna los intereses de la aristocracia latifundista y clerical, de la alta banca y de las empresas insaciables de la burguesía, en fin, de todos los grupos interesados en impedir el desenvolvimiento liberal de Chile, sumiendo al pueblo en la abyección de una tiranía política y en la miseria de una expoliación económica sin control y sin moral. Por su acción pasada se puede colegir lo que será su acción de gobernante. Basta recordar sus actuaciones en las postrimerías del gobierno de Sanfuentes, aquel huaso siniestro nunca lo bastante execrado por la conciencia pública. El tuvo participación directa en los inauditos atropellos de aquella administración abominable; él inspiró desde un cómodo sillón de la Moneda, el asesinato de los obreros de Magallanes, el asalto a mano armada de la Federación de Estudiantes y de muchos locales obreros en Santiago y otras ciudades de la República; él empobreció aún más el indigente erario nacional, ordenando, con mezquinos propósitos de bandería política, una movilización que estuvo a punto de romper la paz del continente y de arrojar en la tragedia de una guerra a tres naciones hermanas. No lo olvide el pueblo de Chile. Ladislao Errázuriz simboliza las tradiciones de una oligarquía sin escrúpulos, criminal, dispuesta a todo por satisfacer sus añejas pretensiones y resguardar sus vacilantes privilegios. El sólo nombre de este sujeto– que de haber justicia en Chile no estaría ya en este mundo– es un guante de desafío lanzado groseramente al rostro del pueblo que se supone sojuzgado por el tacón reaccionario de los generales de Septiembre. Hay que recoger ese desafío y formarse desde luego la decisión inquebrantable de salvar el precario acervo de nuestro progreso político y social y el decoro del país cerrando el paso, cueste lo que cueste a Ladislao Errázuriz. Ladislao Errázuriz en la Presidencia de Chile constituiría un peligro y una vergüenza.

¿DÓNDE ESTA LA SALVACIÓN?

Llevamos cuatro meses de Dictadura; se han dictado innumerables decretos leyes; ha habido un cambio de secretarios de Estado; se ha destruido lo poco bueno que había en la organización chilena y se ha aumentado lo detestable. Claramente aparece en el poder la Unión Nacional, y, apoyándola, las fuerzas armadas. ¿Las fuerzas armadas? A lo menos los jefes y ya sabemos que la disciplina hace lo demás. Es cierto, compañero lector, que los soldados son hijos del pueblo sufriente; pero una vez dentro del cuartel olvidan a sus haraposos hermanos, adquieren un alma nueva que solo reacciona a las voces de mando. Sin embargo... Se aproxima la fecha de las elecciones, mejor dicho del simulacro de elecciones y todavía los partidos derrocados por el cuartelazo no fijan sus posiciones. ¿Irán a las urnas? ¿Se abstendrán? He aquí algunas preguntas cuyas respuestas desgraciadamente es posible anticipar. Los partidos de la ex-Alianza Liberal, irán

Madera de González Vera.

desde luego, a la lucha eleccionaria. Prefieren obtener, aunque sea mendigando, unas cuantas diputaciones y senadurías, a actuar en el sentido revolucionario y extra-normal que les señalan sus principios y aún sus bien entendidos intereses. ¿Qué otra cosa podía esperarse de agrupaciones presididas por un Enrique Oyarzún, discreto y mesurado; por un Guillermo Bañados arrivista y clerical solapado, y por un Eliodoro Yañez, explotador de la clase obrera? Ninguna iniciativa de liberación puede tener su arranque en esos grupos heterogéneos constituidos para el medro personal de unos pocos y el engaño del pueblo. ¿Dónde, pues, está la salvación? Abajo, como siempre, en el pueblo mismo, en la acción enérgica de los elementos libres y progresistas agrupados en torno a propósitos claros y concretos. Actualmente las masas obreras están, también, desorientadas. Muchos trabajadores creen que el conflicto presente no les interesa y que es una mera disputa burguesa. Sostener ese criterio es una equivocación y denota una estrechez increíble de juicio! La sociedad es un organismo en que todo se relaciona. La enfermedad política afecta a todo el cuerpo social y más que a nadie, a las clases menesterosas. Es justo y es honrado decirle al pueblo que no haga caso a los políticos, pero no es justo ni honrado decirle que debe cruzarse de brazos. No, el pueblo debe actuar; este es el momento propicio; estamos en un período revolucionario, y hay que hacer valer en forma revolucionaria las aspiraciones de libertad y de justicia que, dentro del estado de nuestra evolución colectiva se pueden realizar. Si no somos un pueblo decrépito, irremediablemente perdido, dentro de poco habrá en Chile una revolución. Hay que agitar el pensamiento y la voluntad de esa revolución. Cuando el horizonte político se cierra, como hoy día, no queda otro recurso ni otra esperanza. La oligarquía latifundista y bancaria se ha adueñado del estado para detener, quizá por cuanto tiempo y por qué medios, el progreso emancipador del pueblo. Es preciso hacer un esfuerzo máximo, llegar, sí es necesario, hasta el sacrificio, para derrocar, de una vez por todas, a los viejos expoliadores de la nacionalidad y abrir vías anchas y libres al desenvolvimiento de la justicia. Todos los pueblos que son algo más que carnaza de esclavitud y abyección– escribía en alguna parte– tienen gestos soberanos cuando se trata de defender la libertad amenazada, de instaurar la justicia pretérita, de restablecer el derecho ultrajado. Y ¿por qué nosotros, no habríamos de tener uno de esos gestos salvadores y creadores de valores nuevos? A la violencia se debe responder con la violencia. Queremos un movimiento del pueblo, hecho contra todos los partidos políticos, que comience en torno a un programa mínimo de beneficio colectivo, y vaya en el decurso de los hechos, encontrándose con proyecciones nuevas y perspectivas insospechadas.

(1) N. de la R. – El articulista parece olvidar que nuestros “intelectuales”– en un gesto heroico y lleno de altivez– protestaron contra las primeras medidas represivas de la dictadura. En efecto, al día siguiente de la deportación de Schweitzer, se encararon de frente con los militares y públicamente les formularon la siguiente pregunta que estuvo a punto de producir un verdadero trastorno social: “Quedaríamos agradecidos del Supremo Gobierno, si tuviera la bondad de darnos a conocer las causas que motivaron la deportación de Daniel Schweitzer”.

EUGENIO GONZALEZ R.