Actividades Societarias del Profesorado

El profesorado nacional ha iniciado un espeso movimiento, cuyas raíces se pierden entre obscuros procesos, cuyas finalidades avanzan enredadas o torcidas. Están en él– mezquinos círculos de agrupación profesional– intereses diversos que giran en torno de una idea circunstancial: unión de empleados de instrucción pública. La desorientación ideológica o de principios aparece en primer plano. Se revela como grave peligro– no para los maestros o funcionarios del Ministerio respectivo– sino para la educación nacional. Por un lado se viene la organización de los maestros primarios, que ha lanzado el amable manifiesto de rigor. Como en son de réplica, aparece la Sociedad Nacional de Profesores. Y un nuevo grupo– la juventud del profesorado secundario– se hace presente, desorientado y débil. Este propósito elemental que parece de fácil realización, tropieza con naturales escollos: divergencia de roles entre maestros primarios, secundarios y universitarios; ausencia de un programa o de la realidad que se les escapa y los pierde entre minúsculos detalles; incomprensión por parte de la gran masa de la función educacional– apostolado de la buena fe, actualmente;– apocados antecedentes que en otro tiempo tuvieron su relativa importancia; el espíritu que ha animado hasta hoy el desenvolvimiento de la enseñanza; en resumen, todo aspecto– grande o mediano– de nuestros problemas educacionales, detienen el movimiento de organización societaria del profesorado. Los hechos producidos en años anteriores perjudican toda labor presente. Durante el régimen militar que acaba de caer, existían dos principales agrupaciones de maestros: la Asociación de Maestros Primarios y la Sociedad Nacional de Profesores. En aquélla se agitaban las ideas de la nueva pedagogía y una interesante propaganda social-económica. Su lábaro sustentaba la reforma total de la enseñanza. Su credo político- social no alcanzó a lucir una definición. Sin embargo, sus actividades corrían hacia la izquierda. En el “Chile Nuevo” se dieron a la divulgación de su sistema educacional, y con signos de verdadera lucha dirigieron su campaña “pro dignificación del magisterio”. Gran parte de la opinión acercó su simpatía a tal programa pedagógico, aunque siempre pareció sospechosa su ideología. Tales hechos se manifestaron definidos cuando el coronel Ibáñez llamaba a sus líderes a colaborar en el Gobierno. A fines del año 27, Ibáñez ponía su firma a la ley de reforma educacional que los maestros primarios redactaron. Tal ley, trabajada por técnicos entusiastas e ingenuos, no alcanzó a cumplir un año de ejercicio. Era la mejor legislación educacional que se ejecutaba entre nosotros. Muchas causas arrastraron al descrédito su implantación: excesos de verbalismo; de personalismo; majadería pedagógica de los maestros; desconocimiento de la política que debió oponerse a la política del régimen; ingenuidad y buena fe al servicio de hombres que, como el propio dictador, no se turbaron para echar por tierra la Reforma; ambición del Ministro de Hacienda, Pablo Ramírez, que no miró nunca con buenos ojos esta obra, en la que él no había puesto mano; la resistencia de la mayoría del profesorado secundario y universitario a la Ley, que venía a quitarles privilegios– perdurables hasta quizás que tiempo más–; ausencia de profesores preparados para extender la obra de los que dirigían la realización de su programa; etc. El General Blanche, que se hizo cargo de la educación nacional, deshizo en sus principales aspectos lo que estaba ya construido; la Asociación fue disuelta; sus miembros separados de la enseñanza, encarcelados y finalmente confinados al Aysen. Ahora los maestros primarios van a una organización. ¿Qué finalidad puede orientar su labor? ¿Buscarán entre las ruinas del antiguo programa su ideología, su definición pedagógica, social, económica política? ¿Y cómo reconocer en el reducto de la Sociedad Nacional de Profesores una entidad del profesorado? Ha colgado su definición mutualista a la sombra de la política, atenta al presupuesto. En sus faldas han crecido muchos de los ardeliones que hasta hoy manejan principales funciones pedagógicas. Su actuación negativa, su equívoca tibieza, son graves causas de la decadencia de la educación chilena. El profesorado de los Liceos, Escuelas Normales, etc.– limitado dentro de sus especialidades o asignaturas– engreído de sus livianos estudios universitarios– desapegado de la realidad, que es para él la sociedad humana– extraño a las disciplinas intelectuales– no ha traído a la enseñanza nada de consideración. Ni ha podido, dentro de la Sociedad Nacional, enrolar su preparación al entero concepto de su función. Los años de la dictadura los atravesó equilibrándose; atajando todo gesto de dignidad del profesorado; desprestigiando la reforma del año 28; aprovechando los cambios de la Secretaría de Educación, para colocar rectores, directoras, etc.; vejándose, al aceptar en su directorio, en el carácter de delegado del señor Ibáñez, a uno de los funcionarios del Ministerio. El “elemento joven” ha ingresado ahora a soplarle vida, desorientado, amorfo, poniendo entusiasmo ahí donde debe haber definición; ligereza, donde falta estudio; debilidad, donde es necesaria la resolución. Pero hay además en torno a este problema otros pintorescos antecedentes. El Ministerio de Educación– a cargo de generales del Ejército, de políticos, de intelectuales– deshizo, por los años de la tiranía, toda la legislación de la enseñanza, al punto de no saberse hoy qué ley o qué decretos-leyes estén en vigencia. El profesorado ha sido juguete de las reorganizaciones; ha vivido en lamentable estado económico. Y la Universidad, los Liceos, las Escuelas Normales, Industriales, Escuelas Públicas, aparecen hoy sospechosas, debilitadas, incapaces de atender sus nobles funciones.

¿Qué remate dar al problema educacional?

Hacia este punto, elemental, único por su trascendencia, debe mirar el movimiento de organización que los profesores han comenzado.

R. A.