LINTERNA

Precisión

Hace meses cuando– para seguir los usos– la deuda alineaba batallones de ceros, el Dictador ofreció el Ministerio de Hacienda a un brioso político. –General– le replicó éste,– me gusta llamar las cosas por su nombre. Lo que Ud. me ofrece no es precisamente la cartera de Hacienda, sino una Sindicatura de Quiebras. Fue deportado.

Como en la Lotería

Corrían los tiempos mágicos en que don Rodolfo Jaramillo se sacaba el gordo en todos los cargos áureos. Fue sucesivamente Jefe de la Casa de Moneda, Director de Especies Valoradas, Director de Obras Públicas, Contralor General, Director de la Cosach, requete Ministro de Hacienda, etc. Como el ratón de la fábula, iba de uno a otro queso. Por entonces murió el Arzobispo y nombraron para llenar la vacante a Monseñor Campillo. Y cuentan que un amigo mordaz, al saberlo, le dijo a guisa de consuelo: –Rodolfo, ahora solo te sacaste terminación.

El Presidente Amateur

Lamido, rosado y cabezón como un bebé de 40 años, Armando Donoso penetró al despacho de S. E. Ibáñez. –Presidente, vengo a pedirle que contrate para nuestra Academia de Bellas Artes a Grigorieff. Es un ruso maravilloso. Le ha cortado la cola al perro de Alcibíades. Vea Ud. estas reproducciones... Y le pasó– metidas dentro de un álbum de Rubens– unas copias sueltas del maestro eslavo. El Presidente miró las figuras entenebrecidas de Grigorieff y bostezó. Luego se puso a hojear con súbita atención las mujeres de carne dorada de Rubens. Se le erizó el bigote. –¿Y estas mujeres “en pelotas” son del mismo ruso?– preguntó con avidez. –Nó, Excelencia. Son de Rubens. –Bueno, ¿y qué le parece que contratemos mejor a este Rubén en vez del tal Gregorio que me recomienda?

Diálogo

S. E. Ibáñez.– Llámeme a Pablo. Edecán.– El señor Ministro está ocupado en el presupuesto; ahora está afanado en unas inversiones... S. E. (interrumpiéndolo, malhumorado).– ¡Ah, este grandísimo Pablo, de día y de noche siempre en lo mismo!

P. de C.