Las crisis financieras en Europa Occidental

La revista parisiense “Plans” publicó en Julio último un interesantísimo artículo sobre las relaciones íntimas entre la crisis financiera alemana y la crisis universal de sobreproducción, de que se quejan la mayoría de los países occidentales. Atribuía aquélla a ésta y aconsejaba para resolver los problemas que planteaban ambas crisis en Europa, la unión inmediata de la Francia y la Alemania en una confederación política que suprimiese las aduanas; uniformara la moneda, permitiera el desarme y vinculara íntimamente la vida de estos dos grandes pueblos de la Europa Occidental. Un estudio de esas ideas se contiene en la carta que sigue a continuación.

Señor don

GUSTAVO ROSS S. M.

París.

Muy distinguido amigo: Todos estos días he venido recordándolo, sostenida la imagen además, por la lectura de aquel artículo de “Plans”, que usted me obsequió en París, el cual me ha producido el placer superior de la reflexión abstracta. No es un cualquiera el autor de ese artículo: cabeza fuerte, nutrida, clara y cierta, y corazón animoso. Se oculta, sin embargo, temeroso, en el anónimo, porque no se siente muy seguro de lo que dice y menos de lo que propone, y quiere guardarse las espaldas. Puede perdonarse esta flaqueza a un hombre seguramente joven, porque sólo un joven de esa capacidad intelectual puede pasar por alto la grave inconsecuencia de atribuir a la crisis proporciones universales, y de propiciar al mismo tiempo un remedio puramente local, necesariamente restringido e inoperante. Para el articulista, el problema financiero alemán no es más que el síntoma prodrómico local de la gran crisis económica de la raza blanca, debida al maquinismo productor, anárquico y codicioso, que impera hoy en el mundo. El remedio propuesto tiende sólo a curar a Alemania del síntoma que la aflige y a preservar a la Francia, su vecina, de los peligros consecuenciales próximos, dejando subsistente la integridad del problema universal mismo. No ya juvenil, sino infantil, me parece la desproporción entre la hondura y gravedad de semejante problema y la urgencia, a ocho días plazo, de una solución política prácticamente imposible. Es evidente que si el problema es de carácter universal, – económico, ideológico o moral,– toda solución meramente política, esto es forzada y local, tiene que resultar ineficaz. Si la crisis es universal, debida a causas que no se remueven y cuyo efecto se incrementa geométricamente con el tiempo, la confederación franco-alemana, retardando su desarrollo sólo conseguiría generalizarla y agravarla, y solidarizaría a la Francia, a pretexto de preservarla de un peligro tal vez imaginario, con la crisis financiera alemana, en la que no tiene parte responsable. Este argumento, que es de fondo, no es sin embargo suficiente para rechazar la proposición ya que la política, no pudiendo dar sino soluciones prácticas, y por ende incompletas, limitadas en el tiempo y en el espacio, debe aceptar entre ellas las más eficaces, sin pretender que sean definitivas. Una solución sólo es eficaz si es posible y si a la vez resuelve el problema propuesto o, por lo menos, lo transforma en otro de más lento desarrollo y más sencillo. El rendimiento útil de la prueba y la profundidad y duración de sus efectos benéficos, medirán precisamente su eficacia relativa. Planteado el problema como una crisis universal de la raza blanca, debida a la sobreproducción mecánica, anárquica y codiciosa, es de toda evidencia que la asociación económico-política de dos grandes productores de ese tipo capitalista– como lo son la Francia y la Alemania,– que no renuncian en modo alguno ni a la anarquía universal ni a la codicia industrial,– lejos de resolver el problema, sólo conseguirá hacerlo más catastrófico, incrementando el volumen de la producción y los medios de lucha de los productores en los mercados del mundo, con otros competidores poderosos como la Inglaterra, la Rusia y los Estados Unidos. Para evitar la guerra se buscaría así la manera de hacerla más tremenda. Forzoso resulta reducir el problema a proporciones más modestas y considerar sólo la grave situación financiera de Alemania, que,– aunque vinculada necesariamente a la economía mundial,– no es, en su agudeza presente un fenómeno del mundo todo, sino una consecuencia local de la mala gestión de la política alemana misma, externa e interna, que ha desconocido desde hace sesenta años o más las verdaderas condiciones morales, ideológicas y económicas de planeta. Esta reflexión escinde necesariamente en dos el artículo: las bases filosóficas y la solución política, entre las cuales no puede haber correlación lógica útil. Esas bases filosóficas son lo mejor del trabajo: hay en ellas lucidez de exposición y algunas verdades indudables y vigorosas. Diría si embargo que encaran fragmentariamente la cuestión. Hay una lógica inevitable en el desarrollo de la ciencia, de las máquinas, del comercio, de las empresas. La máquina, necesariamente,– esa es su función,– tiende a suprimir el trabajo muscular, y aún nervioso, de hombres y bestias. El animal doméstico, el buey o el caballo de labor, no huelgan porque van al matadero. Queda el hombre. La paradoja está en que la máquina, que debiera estar destinada a aliviarlo, lo mata de hambre. No es ello culpa de la máquina sino de la organización jurídica, la que a su vez depende de los sentimientos solidarios de la especie y de las ideas comunes. La organización jurídico– moral de la Humanidad,– que rige la distribución, no ha evolucionado con la rapidez y eficacia con que lo ha hecho la organización mecánica de la producción. El hombre moderno, civilizado y pacífico, vive jurídicamente. De sus vinculaciones con el medio humano en que se mueve saca, sin violencia, cuanto necesita: alimento, abrigo, techo y placeres. No vive de lo que produce sino de lo que compra. La minoría de los que viven cerca de la tierra es cada día más escasa y menos independiente de la vida jurídica. Comprar es hoy día el problema unánime. Pero como se compra con dinero, para poder comprar hay que vender previamente. El poseedor originario de cosas es una minoría infinitesimal: la casi totalidad de los hombres, para poder comprar, tienen que vender su cuerpo, su trabajo o su espíritu. La burguesía se caracteriza porque vende su espíritu: ideas, consejos, noticias, datos, silencio, complicidad, pasiones, emociones, sentimiento, fantasía. El proletario que no tiene espíritu venal o que ignora el valor venal de su espíritu, vende su cuerpo o su trabajo muscular o nervioso, para poder comprar lo que necesita. Reemplazándolo, ineluctablemente, la máquina en el trabajo, le quita el único medio jurídico que la organización actual le da para procurarse el dinero indispensable. La huelga, el chomage, están lejos de ser un mal por sí mismos. Al contrario, serían un gran bien, si ese ocio pudiera aprovecharse en mejorar la salud o en perfeccionar el corazón o el espíritu del proletariado. En consecuencia, una solución que se limite a procurar más o menos artificialmente trabajo a los desocupados, no tiene ningún valor profundo: es inoperante y precaria y hasta puede agravar los problemas, incrementando el volumen de la producción, el desperdicio y la anarquía. Necesariamente la solución tiene que ser jurídica, es decir, establecer relaciones pacíficas permanentes entre los hombres, y tiene que consistir esencialmente en dar a la sobreproducción mecánica, una destinación más conforme con las necesidades reales del proletariado, y por ende con la conservación de la paz y de la riqueza mismas. Sin perjuicio de aceptar y propiciar las soluciones prácticas de los problemas inmediatos, precisa no confundirlas con las que fatalmente habrán de adoptarse para poner de acuerdo el trabajo humano con las necesidades reales de la especie, a cuya conservación y bienestar debe estar destinado. Una institución verdaderamente jurídica,– esto es, permanente y pacífica,– debe satisfacer a la vez las necesidades económicas, los sentimientos de justicia y la razón especulativa. Como es un hecho que ni nuestros sentimientos ni nuestra razón aceptan todavía que el proletariado viva y goce, y menos que se purifique y perfeccione sin estar sometido a la esclavitud brutal del trabajo, es evidente que para la solución buscada habrá que modificar las ideas y sentimientos corrientes, sin lo cual será imposible modificar ni el giro de la producción ni mucho menos el modo y forma de la distribución de los productos. Se comprende sin gran esfuerzo que habrá de venir en los países primero, y en todo el mundo después, una subordinación real de la producción fungible a las necesidades racionales del consumo. La insuficiencia y el desperdicio, son en grado diferente, criminales. Para asegurar este resultado, deben crearse organismos de control, que hoy día faltan en el mundo. Pero no basta producir racionalmente: hay que distribuir con justicia, dejando al mismo tiempo a cada hombre la libertad de juicio sobre sus propias necesidades. Esa libertad de adquisición sólo la da el dinero. La gran falla de la organización moderna consiste en que al proletario le falta el dinero adquisitivo cada vez que le falta el trabajo, sea porque no puede físicamente trabajar, sea porque no hay trabajo útil alguno que darle. Es preciso que el proletariado esté siempre en condiciones de comprar su pan, su casa y su vestido, aún cuando no tenga nada que vender para procurarse el dinero del cambio. Esta proposición es revolucionaria, porque altera profundamente las nociones jurídicas corrientes. Para que ella sea aceptable se necesita que el proletariado adquiera tan alta dignidad humana, se vincule tan íntimamente a la sociedad misma, que ésta se sienta moral y espontáneamente obligada a vestirlo y a nutrirlo, aún si las condiciones reales del mercado no le proporcionan trabajo venal. Durante la guerra, así se hace con el proletario transformado en soldado, dignificado por el peligro que corre en beneficio común. En la paz también se hace hoy día algo semejante con los desocupados accidentales; pero se hace sin fe, sin sistema, sin organización racional, sin limitación de la codicia empresaria, y sin haber dado previamente al proletariado, sumido en la miseria, la dignidad necesaria para aceptar la dádiva, sin envilecimiento, y sin ennoblecer su vida, sin lo cual nunca podrá ser verdaderamente feliz ni benéfica. Por razones de cálculo político se sostiene la vida somática del proletariado hambriento, pero no se le incorpora todavía a la vida social. Producción anárquica, codiciosa y sin destino social, distribución injusta, basada sólo en la precaria capacidad de comprar de individuos y familias, son las dos formas agudas del problema económico moderno. Ni una, ni otra se resolverán hasta que se modifique el espíritu de la Humanidad, en el sentido de subordinar la producción y la distribución al altruismo racional. Esta solución es teórica antes que práctica y resulta pena perdida todo esfuerzo que se intente sin haber alcanzado un mínimo de acuerdo espiritual sobre las cuestiones teóricas fundamentales. Ni la inteligencia misma puede operar útilmente cuando los corazones están en plena divergencia. La oposición cordial no permite sino la guerra o la velada de armas. Por eso la solución práctica del problema financiero alemán mediante una confederación franco-alemana inmediata, aunque fuera razonable, sería irracional, porque los corazones de uno y otro lado del Rhin la repudian y la temen. La confianza no se improvisa, y los franceses tendrían motivos suficientes para recelar de que tal confederación fuese sólo una celada para desarmarlos y absorberlos una vez desarmados. La Alemania es históricamente un pueblo de presa y físicamente mucho más fuerte que la Francia. Vivimos desgraciadamente en un régimen de guerra latente que no se debe al capitalismo, que es por naturaleza pacífico, sino a la inmoralidad de los Gobiernos y al egoísmo receloso y brutal de los pueblos. También en esto el remedio es fundamentalmente un remedio del espíritu.

Carlos Vicuña