Un Poema de M. E. Hübner

Palabras que no se dijeron nunca. Cerbatana de mi tristeza. Dardo de tu nostalgia. Chocando, gimiendo, resonando en la luna. Apunta bien alto, oh arquero de la angustia.

Hay algo superfluo que lo llena todo. Algo extranjero y aparte. Que no es tuyo ni es mío. Alejado de nosotros. Lo que está desmenuzando la aguja de este instante.

Malstrom de mis navíos. Torcedora de mis flechas. Espigando la canción mía con una hoz de estrellas. Distribuyendo los vientos como los dardos de tu carcaj. Ah la más pequeña de las cosas. La más pequeña. Cuando abres los brazos cabe entre ellos el mar.

Suaves uvas infantiles las de tus pies desnudos. Estallarán en mi deseo las cepas de tu viña. No creas. No tengo miedo. Sigue tu galope nocturno llevando alta en la mano la hélice del día.

Yo que abarroté la carrera de mi Otoño con la olorosa gavilla de tu nombre, borroso labrador extinto, abro el surco de ti misma a solas, detrás de tus hombros, sin que nadie lo sepa.

Nadie me trajo y no estoy aquí por mi deseo. Yo no té he querido porque lo haya querido. Grandes masas de hielo derivan a pesar del estío.

Algo tan inútil en la paz de este campo eso de disparar trenes al andén de tus manos. Mejor jugar a los dados con las esquinas en este antiguo cubilete de la ciudad.

Tu no me quisiste. Yo nunca te quise. Lámparas moribundas gimen pidiendo aceite. Nada ha sucedido. Quién puede estar triste? Alguien deshila viejas nubes sobre mi frente.

Portador de la lluvia en las torres te gravo. Detrás de mis ojos, más allá de los tuyos, agobiada de esperas, una luna de talco me envía el dulce radiograma de tus pasos.