Plaga de Convenciones

LA CONVENCIÓN DE ASALARIADOS.–

Las grandes expectativas que se cifraban en el Congreso Constituyente de Asalariados e Intelectuales resultaron completamente fallidas. Contrariamente a lo que todos esperaban, no se consideró en esa heterogénea reunión de hombres movidos por pasiones pequeñas y ambiciones deleznables, una sola cuestión de positivo y verdadero interés para los trabajadores. Todo estuvo limitado a las declamaciones huecas a que nos tienen acostumbrados los políticos profesionales y los oradores federados de mítines callejeros. Los dirigentes social demócratas, que aquí como en otras partes se llaman comunistas para amedrentar a la burguesía, se dedicaron a hacer retruécanos más o menos pintorescos sobre la “dictadura del proletariado”, y a aprobar, mediante el apoyo de una mayoría ocasional y mecanizada, principios reformistas patrocinados por el señor Oscar Fontecilla, el más destacado oportunista que hayamos conocido. Las pocas voces que salieron en defensa de las ideas libertarias, se vieron acalladas por el sectarismo de los feligreses que, a pesar de todos los fracasos experimentados, continúan rindiendo culto a los desacreditados pontífices del marxismo moscovita. En ningún momento fue posible una discusión serena y elevada sobre el problema social, que no tuviera como base la aceptación de los postulados del bolcheviquismo militante. Un concilio, una asamblea de inquisidores negándose a escuchar a los heréticos que pusieran en duda la existencia de la divinidad, no habría demostrado un mayor espíritu de intransigencia e intolerancia. Menos mal que esta actitud sirvió para dar una prueba clara y evidente del fin que les espera a los hombres amantes de la libertad, si por cualquier circunstancia llegan al poder los defensores de la dictadura proletaria. Afortunadamente, y como era inevitable, en las postrimerías de la Convención se produjo la reacción esperada, que los compañeros del profesorado primario sintetizaron en una indicación que fue recibida con vivas muestras de júbilo y regocijo. Dicha proposición decía más o menos: “La Asamblea de Asalariados e Intelectuales, no acepta, como medio en la lucha contra los elementos reaccionarios de la burguesía, ninguna dictadura, sea ésta civil, militar o proletaria”. Sin duda alguna, ha sido este el único acuerdo digno adoptado por esa lamentable y fracasada Convención.

LA CONVENCIÓN DE LA JUVENTUD AVANZADA.–

Al poco tiempo después, cuando aun no desaparecía la pesadilla de los turiferarios de la dictadura, se inauguró la Convención de la juventud liberal avanzada. Esta asamblea de jovencitos, en la cual figuraban estudiantitos que han hecho de la Federación un trampolín para alcanzar situaciones destacadas y ventajosas, fue más desgraciada que la de los asalariados. Sí no hubiera sido por el marcado olor a vino y bebidas fermentadas, que acusaba a la distancia la presencia de los demócratas, se habría creído que era una asamblea de seminaristas que imploraba la clemencia del Ser Supremo, para ahuyentar las malas pasiones y los malos ensueños. Cualquier tontería política o simpleza ideológica se discutía con una gravedad y circunspección, que ya quisieran para sí los notables reunidos en la Moneda, para construir– ¡oh magos de la albañilería!– los cimientos de un Chile Nuevo. No abordaron una sola cuestión relacionada con los problemas fundamentales del momento. Evadieron un pronunciamiento explícito y categórico sobre la propiedad y se escandalizaron cuando una mujer propuso un voto favorable al amor libre. Encarnizadamente defendieron la posesión exclusiva de la “cosa” femenina, porque en ella residía– según dijeron– la santidad del hogar, el honor de la familia y la estabilidad de las instituciones tradicionales. No se habrían expresado de otra manera los más recalcitrantes reaccionarios. Trepadores expertos, rehuyeron igualmente el debate destinado a responsabilizar, por su proceder ambiguo y anodino, a los actuales dirigentes de los partidos políticos. Bien saben ellos que al atraerse la antipatía de estos caciques, queda tronchada definitivamente su carrera hacia la diputación o el municipio. En suma, la Convención de la juventud avanzada, sirvió sólo para demostrar la falta absoluta de principios liberales que informan su conducta, y el servilismo con que aceptan los negociados electorales de sus mentores.

LOS JÓVENES CATOLICOS.–

Para no aparecer ante el público divorciados de la realidad, los hijos de la Iglesia y del Papado celebraron también una pequeña convención. En verdad, no vale la pena comentar las declaraciones de estos retardados y desfallecientes catecúmenos. Bien sabemos que a pesar del progreso alcanzado en todos los órdenes del conocimiento, continúan– como el molusco a la roca– apegados a la tradición y a las ideas rancias de un pasado medieval. En este siglo que se caracteriza por su falta absoluta de religiosidad y respeto por lo establecido, ellos nos hablan de Cristo Rey, de la infalibilidad del Papa y de los amores inocentes de María... Se ve claro que no sólo las ostras carecen de mentalidad y se muestran reacias a todo desarrollo evolutivo.

LA UNION RADICAL CONSERVADORA

La actitud de los dirigentes de la Federación Obrera y del Partido Comunista, al ofrecer “todo el apoyo moral y material” al gobierno de los militares, a trueque, según parece, del nombramiento de uno de sus corifeos para miembro de la actual Junta de Vecinos, es menos inmoral e indecorosa que el acuerdo adoptado por los radicales en la convención de Chillán, que les permite suscribir pactos con el Partido Conservador. El acuerdo ha dejado una vez más en evidencia que los partidos políticos no tienen ningún reparo en negar sus principios y pisotear sus ideales, cuando se trata de satisfacer ambiciones y defender intereses particulares. A nosotros, no nos ha sorprendido, sin embargo, semejante determinación, ya que a los políticos los sabemos capaces de cuanta villanía sea dable imaginar. Nos ha causado sí cierta extrañeza, que hayan sido precisamente los elementos que hasta ayer se habían distinguido por su aparatoso afecto a la pureza de las doctrinas, los más ardientes defensores del acercamiento conservador. En efecto, esta entente que entraña para las clases trabajadoras un movimiento reaccionario que detendrá por mucho tiempo el avance de la propaganda libertaria, ha tenido como figura descollante al señor Santiago Labarca, el mismo que el año 20 atemorizaba a la burguesía honesta y parasitaria con sus gestos teatrales de revolucionario de opereta. La vida política de este señor Labarca– salvadas las diferencias y proporciones– presenta mucha similitud con la de Briand, Millerand y otros traidores y renegados del socialismo francés. Es, desgraciadamente, la de todos los caudillos populares. Halagan a la multitud, explotan sus miserias y sus dolores, y cuando han obtenido una nombradía que no habrían merecido por ningún otro procedimiento, se convierten en los más encarnizados enemigos del pueblo, al cual en el fondo de sus conciencias desprecian fraternalmente. Claro está que para salir del atolladero, se ven en la necesidad de recurrir a las grandes frases y hablan de: “la tranquilidad social”; “el progreso del país”; “el peligro internacional”; con la misma frescura que el bolichero proclama las excelencias de sus averiadas mercancías. Así, en el presente caso se defiende la unificación radical conservadora– que para nosotros existe no obstante los desmentidos y manifiestos en contrario– con el pretexto de facilitar la tarea gubernativa del presidente y cooperar al restablecimiento de la normalidad republicana. Empero, lo que hay en el fondo de este contubernio es algo muy distinto. Se persigue únicamente hacer una especie de Unión Sagrada de todos los partidarios del orden y de la estabilidad del régimen burgués, con el objeto de contener las reivindicaciones proletarias que amenazan barrerlo y destruirlo todo. Se quiere ahogar en germen cualquier tentativa encaminada a establecer una modalidad de convivencia social, que no esté, como ocurre en la actualidad, fundada en el abuso, en la injusticia y el privilegio. Se trata, en una palabra, de organizar un “fascismo criollo” para ahogar quien sabe por cuantos años el ansia de libertad y emancipación que vibra en el alma de las multitudes. Este y no otro es el objetivo que anhela realizar el “frente único” de los patricios conservadores con los advenedizos del radicalismo, que en las ferias electorales engatusan a los incautos con la separación de la Iglesia y el Estado y otras monsergas de uso ya bastante anticuado. Deben, pues, los trabajadores, estar alertas, unificar sus actividades y cohesionar sus fuerzas. No vaya a suceder que por falta de previsión se vean el día de mañana en una situación difícil de solucionar.–JUVENAL GUZMÁN.