KODAK

LA ELECCIÓN DE ANTOFAGASTA Y LA ORATORIA DE DON ANTONIO Ha sido el tema de toda discusión en las dos semanas últimas. En los bares del centro, en los choclones políticos, en los cotarros callejeros, en las sobremesas de las casas de pensión –es decir, en donde la “opinión pública” se genera– no se ha hablado, de otra cosa. Y se lo ha tratado en forma simpatiquísima: con el mayor apasionamiento, con toda seriedad. Y aquí ha sido la buena: hasta nuestros “espectadores” más apacibles o desdeñosos (aquellos que al hilvanar su juicio sobre la amable trivialidad cotidiana, siempre supieron cuidar más de la corrección de los pliegues de la americana que de la posible trascendencia de la operación mental que ejecutaban) han salido, con éste motivo, fuera de sí. Y rotundamente han terminado por ponerse, casi siempre del lado del hombre de las lindezas, y de consiguiente contra el de las guapezas... Sólo nosotros –que ya empezamos, parece, a perder nuestra antigua, dulce costumbre de opinar sobre todo y a toda hora– no hemos dicho, hasta hoy, nuestra palabra. ¿Querrás, lector amable, poner un poco de atención, que vamos también a opinar sobre este tópico encantador...? Sin duda, lo que mejores comentarios ha originado, en todo este complicado proceso, ha sido la elocuencia del candidato reclamante. ¿Qué decimos nosotros sobre eso? —Lo primero, reconocer la riqueza de su potencia oratoria, que hace de él, si no un tribuno o un orador educador de masas, como parece exigirlo la vida del siglo, por lo menos un poeta insuperable, un formidable ordenador de imágenes deslumbrantes. Y lo segundo, preguntarse: acaso en los turbios, estupendos días que estamos viviendo, en que tanto acontecimiento grande y vital ocurre universalmente, ¿vamos nosotros a entregarnos, en espíritu, así no más, a un hombre que usa de la palabra –verbo de Dios– sólo para halagar, cierto que maestramente, nuestra pura sensualidad acústica? Para contestarnos: nunca, jamás. Aunque esto nos agrade, bien comprendemos que a un orador público de nuestro tiempo, es fuerza, ante todo, exigirle, tras sus palabras, la convicción robusta y ardiente, o la enseñanza eficaz, o bien la recta trayectoria en la conducta anterior, como el mejor soporte para aquellas. Y bien: en este caso, tras las hermosas, musicales palabras no parecen esconderse ni la una ni la otra. Porque –y esto es lo que creemos un error imperdonable en persona de la inteligencia de Pinto– nadie olvida todavía su discurso de hace dos años, en que ha vuelta de reflexiones interesantísimas, se declaró, en pleno Parlamento, sencillamente esto: un anarcoide... Claro que sin perjuicio de entonar, un mes más tarde, con ocasión de la movilización, un himno vibrante al patriotismo, quien sabe si capaz, por su belleza e intensidad, de hacer recobrar la perdida fe patriótica hasta en los miembros de nuestros grupos revolucionarios, que es cuanto se puede decir en su elogio... ¿Y para qué recordar sus aceradas invectivas de antaño contra los miembros del Senado (los que ahora forman “la isla de luz en la República”) a quienes llegó a considerar como extraviados habitantes de otro planeta? Y ¡guay! que voluntariamente olvidamos sus lejanas efusiones místicas y sus embriagueces de cielo y de infinito –veleidades juveniles que acaso él mismo ha sabido olvidar a tiempo... No. Detrás de las palabras de este máximo orador no arden ni la convicción quemante que pedimos ni la enseñanza trascendente que buscamos. Detrás de ellas no hay sino... otra imagen: una agraciada amazona de circo que sobre un soberbio alazán salta y cabalga, muestra las formas y coquetea, llevando siempre la nerviosidad al público espectador... y cayéndose una que otra vez...! Duro acaso pueda parecer nuestro juicio: conste que lo hemos querido nada más que justo. Y bien: severo y todo, los muchachos tenían derecho a formularlo, ya que a ellos se ha dirigido el señor Pinto en términos que, halagando su amor propio, les dan alas para gritar, por encima de toda consideración, su verdad, su humilde verdad. Pero conste también que esta juventud sabe en todo momento reconocerle, y hasta agradecerle, su prodigiosa agilidad mental y la inmensa riqueza de su sensibilidad, las que, aún cuando nunca recibieran empleo fecundo, ya tendrían justificación (como la tienen) con sólo cristalizar en las espirituales disertaciones del Sr. Pinto, que hacen en verdad, una impresión de oasis en un país donde las gentes al hablar en un lenguaje pobre y descolorido, descuidan algo que debiera ser como un premioso imperativo humano: hacer siquiera llevaderas la vida de relación propia y la de los semejantes... Lo demás –las veleidades espirituales– bien podemos disculpárselo (aún en obsequio de nosotros mismos), seguros de que este hombre excepcional siempre sabrá en el día de mañana regalarnos con una actitud novedosa y agradable. “Algún día se le va a encontrar ahorcado... pero frente a un crucifijo”, se dijo una vez en la Francia murmuradora, del inquieto Brunetiére... ¡Lástima que nosotros no seamos fraseólogos: a una frase breve y fustigadora como esta habríamos podido reducir con evidente provecho, todo este largo y deshilvanado comento! ¿Verdad lector?

A. V. C.

DIALOGOS MÍSTICOS —¿Qué te pareció la procesión?– —Había muchos católicos...– Así es que había mucha gente...? —No. Católicos solamente– Ah...–

—Bueno que concurrieron niños a la procesión ¿no?– —En Santiago hay niños para todo.–

—Yo no creía que hubiese tantos católicos en la capital...– —Esto prueba que tu pesimismo es muy grande... Lo raro es que todos no lo sean.– —Qué crees tú que se necesita para ser católico? —Tu pregunta es muy compleja. Para ser católico es necesario aborrecer a Cristo, no pensar más que en los días festivos, etc.–

—A usted que es erudito, puede ocurrírsele algo interesante sobre el catolicismo...– —No hay nada nuevo sobre este asunto. Pero puedo citarle una frase de Monseñor De Andrea: Este virtuoso sacerdote ha dicho: “En dos mil años no hemos tenido tiempo de realizar ninguno de nuestros postulados; pero veremos modo de hacer algo en el futuro”.–

—Que dice usted, señor doctor?– —Que tenemos mucho trabajo– El tifus exantemático está muy desarrollado... Y con las procesiones que se han realizado el contagio ha cundido muchísimo...–

Demos.