De la Provincia

EL CRONISTA

El cronista de un diario de provincia es un personaje importante: algo así como el visitador de escuelas, como el cajero de Banco, o como e1 secretario de la Intendencia. Aún la gente más encopetada y suficiente, aquella que tiene un abdomen respetable y una hija que toca piano y recita, y una esposa gorda, aún esa gente se saca el sombrero cuando ve al señor cronista y le conversa y le golpea la espalda familiarmente cuando están juntos. Se interesa por su salud, le hace chistes. El cronista., como toda gente importante, es un poco olvidadizo y como siempre tiene un parrafito que hacerle a don Zutano o a don Mengano o a don Perengano, éstos caballeros, cada vez que lo pillan a mano lo interpelan, más o menos en la siguiente manera: –Dígame señor, ¿cuándo sale “eso” mío? ¿Por qué no lo ha hecho? No sea diablo. –Señor, perdone Ud.–dice con grandes aspavientos el cronista.–Pero hay tanto trabajo... Ud. comprenderá... No es por mala voluntad... No, de ninguna manera... pero mañana saldrá sin falta, pierda Ud. cuidado, sin falta mañana. Y el señor se va más o menos contento. Generalmente “eso” que el señor quiere ver en letras de molde es un negocito cualquiera que él hace, una reclame a la institución de la cual es presidente, o un articulito sobre su hijita que dará una audición musical. Y así proceden en mayor o menor escala todos; el señor alcalde, el señor visitador, el señor administrador y todos los señores. El señor cronista hace, de cuando en cuando, ¡claro!, sus pequeños chanchullos. Pero, generalmente el señor cronista es un muchacho que no ve más allá de sus narices, inocentón, vanidosote. Por otra parte, hay cierta competencia entre los cronistas de los diarios. Si hubiera un solo diario y un sólo cronista... ¡ah! entonces, ¡qué terrible personaje sería el señor cronista!

ROJAS, EL 1.er CRONISTA

Si a vosotros no se os antojara creerme lo que sobre el cronista he dicho, os bastaría, para dar fe de mi palabra, conocer a Rojas el 1er cronista, o mejor, el jefe de crónica. Eso es. Por que inmediatamente que lo veis pensáis que debe ser algo más o menos importante. Rojas es grande, “echado atrás”, con un ligero principio de obesidad, con un bastón que maneja con ademanes que él se figura gallardos y distinguidos. Verdad que su ropa no es un dechado de corrección y limpieza, pero eso mismo le da cierto aire despreocupado, “negligé”, por que la gente amiga de Rojas no repara en ello y son buenas gentes los amigos de Rojas; el señor prefecto, el gerente del Banco tal, el propietario de la casa cual. Siempre se busca buenos amigos Rojas, el jefe de crónica. Cuando llegué, un amigo mío le dijo que yo era un escritor de Santiago colaborador de no sé cuántas revistas y diarios. ¡Ah! Rojas se deshizo en atenciones, me invitó junto con otras gentes a tomar un trago y cuando estábamos “afarolados” ya, me espetó un conceptuoso discurso, en que me ofrecía, a mí, el peregrino lírico, cariñosa hospitalidad mientras... etc., etc. Por que, eso sí, es amante de las bellas letras. A mí me contó, en confianza, que había leído un trabajo en el Círculo de Arte; otros que supieron esta confidencia, me dijeron que era lo más catastrófico que se había visto desde don Samuel Fernández Montalva acá. Bueno. Pero luego Rojas no me encontró facha de escritor y ahora me trata con un tonillo un si es no es despectivo. Así es simpático Rojas; cuando tiene dinero se da unas borracheras padres e invita a todo el mundo; es, lo que llaman aquí, un “buen piloto”. A él le halaga este epíteto, y a pesar de tener buenas amistades, no desdeña juntarse con pícaros muchachos que no tienen cobre en el bolsillo. Pero siempre conserva –dice él– la línea impecable de un jefe de crónica; y se arrellana en su escritorio, escribe, da órdenes, se enoja. Luego, en la noche –desocupado ya,– se junta con oficiales de policía, alegres y sandungueros como él, y se va a las casas de prostitución a remoler hasta quedar tirado debajo de las mesas y las sillas.

LOS ESCRITORES Y EL CAMPO

Hace poco he visto por ahí la crítica, o mejor dicho, los elogios a un libro de versos de un poeta criollo. Yo conozco muy pocos versos del referido señor; pero puedo decir que es un versificador más o menos perfecto. La gente que lo elogia dice que, a más de versificador, es un poeta “sentido”, “emocionado” y otros adjetivos que se dicen en estos casos, y agrega: en sus páginas se siente el olor a “tierra mojada”, a “yerba húmeda”, canta “el zorzal”, “el grillo”, murmura “el arroyo”, etc., etc. Yo he sonreído socarronamente, por que recuerdo que los mismos, los mismitos elogios le hicieron al libro del señor Carlos Acuña, a quien Dios guarde mucho tiempo en su puesto de secretario del semanario comercial “Zig-Zag”, para solaz y esparcimiento de sus admiradores. Pueda ser que el señor Acuña haya estado alguna vez o muchas veces en el campo. Pero eso no lo autoriza para que escriba malos libros, donde nos da unos huasos teatrales, unas huasitas con un romanticismo de alemana tísica. Cierto es que el señor Acuña nos habla del “mote”, del “maquí” y de otros productos campesinos; pero habla como lo haría un comerciante que dijese: “tengo para vender ají, porotos, zapallos,” etc. Y como el señor Acuña, han procedido casi todos los escritores criollistas, así poetas como prosistas. Arreglan el campo, arreglan los huasos, arreglan las mujeres, arreglan su modo de vivir, lo arreglan todo para producir una cosa bonita, cursilita, donde haya puñaladas románticas, llantos histéricos, amores líricos. Y nada, nada pero nada dicen del verdadero campo, del hermoso campo chileno, ni del huaso humilde, resignado, borracho, ladrón; ni de la hembra trabajadora, potente, presa complaciente de los instintos sexuales del patrón. Y lo peor de todo es que en vez de decirse la verdad respecto de estos libros se los elogia, se les adjetiva bonitamente, les sienten el olor a “tierra mojada”, oyen como canta el zorzal y otras majaderías por el estilo. Bueno es que se hable la verdad sobre estas cosas. Por que casi toda la gente de letras, está convencida de que los criollistas son una buena gente que no tiene dedos para tocar la guitarra; pero se les elogia y se les escribe articulitos.

PABLO GERARDO.