LA HIPOCRECIA SEXUAL

“El feminismo”…”Los derechos civiles de la mujer”… “La igualdad ante la ley…!” ¿Hay alguien que no haya oído hablar de esto? No; seguramente. Pero de todos los que han hablado, o han oído hablar de tal cuestión, ¿cuántos son los que se detuvieron a meditar sobre los múltiples aspectos del problema femenino? La parte legal es quizas la más importante para los espíritus abogadiles y logreros, dominadores del instante actual. Para nosotros, (¡ que queréis!) eso, a duras penas, llega a constituir la piel del asunto. Debajo de esa piel, tornasolezcamente cambiante, tiembla la carne viva, la vibrante realidad humana del problema. (Quien dijo humana, pudo sub decir: animal...) En toda relación entre hombre y mujer, sea cual sea su apariencia, sea cnal sea el carácter que asuma, un observador no superficial, deberá considerar como componente angular, como fundamente primigenio, el elemento sexual. Ahora bien, siendo la humanidad una asociación ineludible para la lucha cualquiera de sus manifestaciones prescindiendo del antedicho factor cardinal. Los hombres, hoy por hoy, se dividen en feministas y antifeministas... Etiquetas; nada más que etiquetas... Si os mojais los dedos con unu poco de saliva, y las arrancais sorpresivamente, sorprendereis, desnudo y primitivo, listo para el asalto bestial al macho (degenerado por la civilización y la religión). En la mujer, posiblemente no haya ni necesidad de arrancar la etiqueta... La “faunesa antigua” que cantó Darío, va todos los días a nuestro lado, incendiada y próxima al desmayo... Se dijera que vive en cópula perpétua. ¿Creéis que censuramos esto? Nó. El placer sexual, fiesta la más alta de la vida, es originalmente noble y santa... Si nosotros pudiéramos, como Jehová, cambiar el curso de los siglos, moveríamos solemnemente la mano, y retornaríamos la humanidad a la simple y eglógica edad en que el capricorne sátiro, velludo y divino, raptada ninfas rosadas y suaves y trémulas para fundirse con ellas, bajo el buen beso del sol, en un abrazo inextricable y espasmódico. Acaso iríamos más lejos. Tal el Júpiter heleno, cobijado en el olímpico plumaje de un interrogativo cisne imperial, no vacilaríamos en cubrir de seda celeste la blanca seda humana del vientre virginal de Leda. Pero nosotros amamos el amor, así, sólo así, desnudo y puro, que es como decir deificado. ¡Ya no se encuentra sobre la Tierra el amor desnudo y puro, la clara y superadora exaltación de los sentidos! Los hombres tomaron el instinto y lo arrojaron en el fango; lo corrompieron; lo pudrieron; y sobre él desparramaron exorcismos, excomuniones, y porquería. Cuando ya hirvió de gusanos y de pestilencia, se alejaron de él rezando... Pero, entrada la noche, volvieron en silencio, y con gran cautela se metieron en el pecho del estercolero hirviente de gusanos y de pestilencia. No se renunció al sagrado instinto animal. Lo que se hizo fue encochinarlo... Y tanto y tan finamente se ha encarnado en nuestra personalidad el agudo sentido de la hipocresía que nos asombramos y nos indignamos, con una casi sinceridad, cuando algún macho y alguna hembra humana se acoplan rebeldemente, sin autorización de los poderes constituidos. Y tanto hemos descendido en la ambigüedad, que nos parece natural en los diarios el día en que nuestras hijas, podrán ser desfloradas legítimamente... La gente se agolpa a mirar a la novia. El novio desfila satisfecho. Cada paso suyo grita: ¡esta noche! Las mujeres se imaginan el acto, violan con las pupilas y con el pensamiento a la pobre sacrificada... Se podría afirmar que la novia camina desnuda, poseída un poco por todas las miradas. Y de este espectáculo que es como un estimulante afrodisiaco, nos dirigimos hombres y mujeres, a los paseos, a los teatros, a los bailes, a las iglesias, a continuar la clandestina exarcerbación. No hay nada, nada, absolutamente nada en la hembra moderna que no tienda, directa o indirectamente, conciente o subconscientemente, al magnetizamiento del macho... Y nada hay, absolutamente nada, que no enrede al macho, si es manejado por el experto sentido sexual femenino... ¿Qué puede importarles a las mujeres la igualdad ante la ley, si llevan en el vientre el eje del mundo, si el ansia de su sexo es el imán de la tierra?... Pueda ser, sin embargo, que la equivalencia legal, venga a desatar en ellas, todo lo que la consuetudinaria función de hipocresía ha revestido de repugnancia escama de simulación... Pueda ser que la libertad para pecar las torne al transparente impudor de quienes jamás sospecharon la existencia del pecado... Pueda ser... Y sólo por eso; por la pura esperanza en la redención del beso carnal; en la purificación del abrazo sexual; en la edificación de la atracción animal; por la clara y limpia ansiedad de ver triunfar el instinto natural sobre las moralidades artificiales; de asistir a la victoria de la Vida contra las deformaciones codificadas por los hombres; por eso, sólo por eso, hacemos nuestro el rebelde gesto de las mujeres de hoy.

Claudio ROLLAND.